sábado, 9 de febrero de 2013

Mantengamos la mirada en nuestro galardón



“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón,escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. (Hebreos 11:24-26)”
Moisés se rehuso a gozar de los deleites temporales del pecado (vanidad y riquezas), porque sabia que mayor era la riqueza en Cristo. Moisés tenia la mirada puesta en el galardón.
En la vida queremos tener TODO, para supuestamente “vivir mejor”. Cuando se habla de “todo” es precisamente de aquellos deleites temporales que nos habla en el libro a los Hebreos, placeres del mundo, riquezas, lujos, queremos tener lo que el otro tiene (codicia) y la Biblia claramente nos especifica que estos son solo placeres por muy corto tiempo. Cuando nos habla de que son temporales, nos habla del tiempo pasajero, es decir, que no es duradero.
Moisés conocía estos deleites temporales y por eso puso su mirada más alla de lo que le ofrecían estos deleites, en algo superior a todas las cosas pasajeras.
Hay veces que ponemos nuestra mirada en algo pasajero y no nos damos cuenta de que Dios nos tiene algo mucho mejor y que perdurará por siempre. Tal como dice en el libro de Santiago
“Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. (Santiago 4:2-6)”
Mantengamos nuestra mirada en el máximo galardón y no perdamos tiempo en algo que solo nos satisface por corto tiempo.

De qué somos salvados?




Muchas veces actuamos como si quisiéramos vivir un “Evangelio Light”, donde estoy, pero no estoy. Esto la mayoría de las veces lo hacemos porque realmente no nos hemos preguntado ¿De qué somos salvados?. Si nuestro Señor Jesucristo vino y murió por nosotros para nuestra Salvación, Él se hizo hombre para morir en la cruz por nosotros y así mueran nuestros pecados, pero entonces nos debemos de preguntar ¿De qué Jesús nos quiere Salvar?. ¿Qué le sucede a aquellas personas que no son salvos?.
Max Lucado en su libro “Como Jesús” nos hace un breve recuento de que Jesús vino a salvarnos.
De Qué Somos Salvados
Una frase resume el horror del infierno: «Dios no está allí».
Piense por un momento en esta pregunta: ¿Qué si Dios no estuviera en la tierra? Piensa usted que la gente puede ser cruel ahora; imaginémonos lo que serían sin la presencia de Dios. Piensa que somos brutales unos con otros, imagínese al mundo sin el Espíritu Santo. Piensa que hay soledad y desesperación, y culpabilidad hoy; imagínese la vida sin el toque de Jesús. No hay perdón, ni esperanza, ningún acto de bondad, ninguna palabra cariñosa; no se da ningún alimento en su nombre, ni se entonan cantos de alabanza, ni se hacen obras en su honor. Si Dios quitara sus ángeles, su gracia, su promesa de eternidad y sus siervos, ¿cómo sería el mundo?
En una palabra: un infierno. Nadie para consolarle ni música para calmarlo. Un mundo donde los poetas no escriben sobre el amor ni cantores cantan acerca de la esperanza, porque el amor y la esperanza fueron pasajeros en la nave que ya partió. El buque final ya se ha ido, y el himno infernal tiene solo tres palabras: «si yo hubiera».
Según Jesús el infierno conoce solo un sonido: «el lloro y el crujir de dientes» ( Mateo 22.13 ). Del infierno sale un quejido lastimero al darse cuenta sus habitantes de la oportunidad que se perdieron. Qué no darían ellos por otra oportunidad. Pero la oportunidad ya pasó ( Hebreos 9.27 ).
Extraído de: LUCADO, Max, “Just Like Jesus”, Editora Tomas Nelson, P.134